Llevábamos varios días navegando por el Amazonas, en los territorios de la “Triple Frontera”, la zona geográfica donde se unen Perú, Brasil y Colombia. Nuestra embarcación a la que habíamos bautizado con el nombre de “Jacaré del Amazonas” se deslizaba plácida por las zonas más remotas del río.
Ayer dió comienzo el mes de Ramadán. Cientos de millones de musulmanes han comenzado esta semana su mes sagrado. Inevitablemente, estos días me traen recuerdos, recuerdos no lejanos y hermosos.
Es madrugada, el "Golfinho" –así se llama nuestro barco– navega aguas arriba del Amazonas. Todo está oscuro y siniestro, el río como siempre, voluptuoso e impredecible, se desliza como una culebra gigante sobre la selva densa y musculosa.
Atrás ha quedado el “Paso de Cortés”, las laderas del volcán Iztaccíhuatl, los bosques de La Malinche y los árboles gigantes de las laderas del Popocatplt, el “Popo”, para los mejicanos. Uno siente cierto escalofrío al recordar como aquéllos pocos españoles cargados con armaduras de hierro cruzaron por aquí y conquistaron un continente.
Hace unas horas acabo de regresar del Rif, esas montañas unidas a mi vida y a nuestra historia. Pasaba por la aldea de Talanfrouk, de la pequeña mezquita zawiya rural un paisano salió a ofrecernos té. ¡Qué lejos de ese islamismo envenenado, qué lejos de lo que piensan muchos sobre lo que pasa en estas tierras!, pensé.