Lalla Fatma, la enjuta, menuda, risueña y enérgica mamá de Ibrahim, me acaba de servir el desayuno; aceite de oliva, mantequilla, aceitunas negras y una humeante hogaza de pan recién sacada del horno de barro.
Quijarro es la “no mans land”, “the absolute end”, como dirían algunos británicos, para señalar irónicamente, “el final de todo”.
A lo largo de 1.260 km una carretera inverosímil remonta el valle del río Indo atravesando la cordillera más alta de la Tierra y accede a la remota meseta del Pamir. Su construcción se considera una de las obras más audaces de la ingeniería, un itinerario “imposible” entre Islamabad y el extremo occidental de China. Su apertura exigió veinte años de trabajo descomunal y el dramático saldo de un trabajador muerto por cada kilómetro construido.
Ibrahim vive con su familia en la Kasbah de Tinsouline, en el valle del Draa, en el profundo sur de Marruecos. El río Draa nace en las montañas del Atlas y se dirige hacia el sur en un viaje suicida pues viene a morir en los arenales sedientos de la Hammada de Guir.
Toda la noche ha rugido el viento y ha estado nevando. A la una de la madrugada nos llama Evaristo, nuestro guía de alta montaña.